Verónica Amor

Sentirme poquita cosa, me llevó a mi primer trabajo en el que permanecí durante 20 años, en un ambiente donde la valía no era reconocida y el enfoque estaba en las críticas, la auto-exigencia y el esfuerzo de trabajar infinitas horas gratis, tragándome así la rabia de las palabras no expresadas.

Tenía a mi cargo muchas personas, casi todas mujeres y recuerdo que las conversaciones con ellas, era lo único que llenaba a mí ser. Escucharlas, ver como se sentían y poder orientarlas en su situación presente era lo que me hacía sobrellevar la política de empresa, las normas impuestas que eran incoherentes con mi sentir y todo aquello que llevaba aguantado durante años de mis superiores.

De cara a los demás, parecía tener un puesto importante y disponía de la seguridad que muchos anhelaban. Pero yo, sentía aburrimiento, tristeza, apatía y la sensación de un vacío interno que se apoderaba de mí, esperando los ansiados viernes, los días de vacaciones y todos aquellos momentos, en los que podía sentirme libre haciendo otras cosas.

Cada cierto tiempo, entraba en lo que ahora sé, que son crisis existenciales. Esos momentos, en los que te haces miles de preguntas y te cuestionas quién eres y para qué estás aquí. Miraba a mi alrededor y pensaba… ¿La gente no se cuestiona nada?

Parecen vivir felices, mientras yo no dejaba de decirme… ¡La vida tiene que tener algún sentido! ¡Yo tengo que estar aquí por alguna razón!

Una parte de mí, se sentía rara en el mundo, hasta incluso culpable por ese inconformismo que hacía, que los demás me miraran como una extraña.

El día que decidí poner punto final a esa etapa en mi vida me dije… ahora entiendo porque he atraído esto, agradezco lo vivido, me quedo con la sabiduría de las experiencias pero ahora necesito ser yo misma.